El segundo film dirigido por Gil Carretero es un producto completamente imbuido de la estética y temática del cine kinki de finales de los 70 y principios de los 80. Narra la historia de tres jóvenes marginales —o no tanto— que, además de forjar una amistad (dos chicos y una chica), se ven envueltos en una vorágine de drogas, heroína y asuntos turbios. Aunque no es excesivamente original y tiene algunos momentos algo pedestres, no alcanza el nivel de los clásicos de Eloy de la Iglesia o de los exploits de acción de José Antonio de la Loma. Sin embargo, ofrece un buen retrato de la sociedad española de aquellos tiempos, en una película agradable y curiosa de ver.
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