Uno de los films más famosos de Abel Ferrara y probablemente aquel en el que su estilo seco, árido, cortante como una cuchilla, se vuelve casi indispensable. Narra la degradación física y moral de un teniente de policía (Harvey Keitel, sencillamente inmenso), agobiado por las enormes deudas y constante ejecutor de abusos de autoridad, que busca la redención de un dolor inagotable que trata de paliar al investigar el caso de una joven monja que ha sido violada. No es especialmente elaborada a nivel visual (tampoco lo necesita, ni Ferarra lo quíso ser) y fiel al estilo feísta de su autor, pero realmente con lo que tiene y un actor en estado de gracia, es un film que sigue generando mal rollo, teniendo fuerza y que generaría un curioso remake con Nicolas Cage unos años más tarde.
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